El arte de Japón se
desarrolló bajo la influencia del arte chino y continuó dentro de
sus propias líneas durante casi un milenio.
En el siglo
XVIII, los artistas japoneses abandonaron los temas tradicionales del
arte del lejano oriente y eligieron escenas de la vida popular como
tema para sus coloridos grabados en madera, en los que parecen
conciliarse una gran audacia de concepción y un perfecto dominio
técnico.
Los coleccionistas japoneses no tenían en alta
estima estas producciones, ya que preferían la austeridad del estilo
tradicional.
Cuando Japón se vio obligado a establecer
relaciones comerciales con Europa y América a mediados del siglo
XIX, estos grabados se utilizaron a menudo para ilustrar los envases,
y se podían encontrar a precios muy bajos en las tiendas de té.
Los artistas del círculo de Manet fueron los primeros en apreciar su belleza y en coleccionarlas con entusiasmo. En ellos encontraron un arte no corrompido por las reglas académicas y esas rutinas de las que los pintores franceses trabajaron tan duro para salir.
Los grabados japoneses nos ayudaron a ver cuánto les quedaba a los que no conocían las formalidades europeas. Los japoneses preferían las representaciones de aspectos inusuales y espontáneos del mundo.
Hokusai (1760-1849), representaría
al monte Fuji visto como por casualidad detrás de una cisterna de
bambú; Utamaro (1753-1806) no dudó en mostrar algunos de sus
trabajos recortados por el margen del grabado o por una cortina.
Era la audacia, siendo sugerida para la nueva pintura europea que surgia con los Impresionistas.
¿Por qué las partes
importantes de cada figura en una escena siempre tendrian que
aparecer en un cuadro?
Nacia el arte moderno.