La pintura realista del siglo XIX se
caracteriza sobre todo por el principio de que el artista debería
representar la realidad social con la misma objetividad con la que un
científico estudiaba un fenómeno de la naturaleza. El artista no
debería expresar un ideal de belleza en sus obras, sino que sólo
debería revelar aquellos aspectos que consideraba más
característicos y expresivos en ese contexto histórico y
social.
En vista de ello, dos elementos constituían la base de la pintura realista:
En vista de ello, dos elementos constituían la base de la pintura realista:
-El abandono
de los temas mitológicos y bíblicos, porque importaba una realidad
inmediata y no idealizada y
-La
politización del artista, porque los nuevos ciclos de la
industrialización, junto con el gran desarrollo tecnológico también
provocaron la aparición de una gran masa de trabajadores que vivían
en las ciudades en condiciones precarias y trabajaban en situaciones
inhumanas.
Así surgió lo que se ha convencionado
llamar "pintura social", denunciando las
desigualdades entre la pobreza de los trabajadores y la riqueza de la
burguesía.
Gustave Courbet (1819-1877) fue
considerado creador del realismo social en la pintura, porque intentó
abordar en sus telas temas de la vida cotidiana, principalmente de
las clases populares.
El Desesperado, Gustave Courbet, 1845, auto-retrato.
Simpatizante de las ideas anarquistas, participó en la Comuna de París (1871). Sus elecciones estéticas estaban, por lo tanto, muy relacionadas con su visión política.
La obra de Courbet retrató a los trabajadores y a los más pobres de la sociedad del siglo XIX, como "Los Picapedreros" (lienzo de 1849, destruido en la Segunda Guerra Mundial, del que sólo hay copias) y "Las cribadoras de trigo", de 1854.
Alrededor de 1860-1870, la obra de Courbet se distanció de la pintura social y dio paso a una pintura de formas voluptuosas y contenido erótico, con figuras femeninas al estilo de Ingres.