Los primeros vitrales medievales aparecieron en el siglo X en las catedrales de Francia y Alemania.
Coloreadas e inmensas, estas ventanas
adornadas eran verdaderas Biblias de luz, que revelaban la Historia
Sagrada, la historia de los hombres, las verdades de la fe, y
atrajeron cada vez más fieles a las catedrales.
"Las ventanas acristaladas que están en las iglesias y a través de las cuales (...) se transmite la luz del sol, significan las Sagradas Escrituras, que alejan el mal de nosotros mientras nos iluminan", escribió Pierre de Roissy, canciller de la catedral de Chartres, hacia 1200.
"Las ventanas acristaladas que están en las iglesias y a través de las cuales (...) se transmite la luz del sol, significan las Sagradas Escrituras, que alejan el mal de nosotros mientras nos iluminan", escribió Pierre de Roissy, canciller de la catedral de Chartres, hacia 1200.
Esos vitrales, que adquirieron cada
vez más importancia dentro del universo religioso, fueron
considerados por el Papa León XIII como "el verdadero espíritu
del Evangelio". De hecho, en muchos de ellos, la importancia de
la luz y el color era mayor que la del propio diseño.
En la Baja Edad Media, el desarrollo
comercial europeo abrió espacio para nuevas posibilidades estéticas.
Las iglesias, como gran reducto del pueblo y representantes del poder
clerical de la época, fueron tomadas por las nuevas técnicas de
construcción que marcan el surgimiento del estilo gótico.
En general, las construcciones eran
bastante ricas y detalladas, demostrando exactamente todos los
avances técnicos y materiales que el renacimiento comercial había
proporcionado.
La calidad de la luz de los vitrales correspondía a los conceptos metafísicos de luz y espiritualidad, desarrollados por los teólogos cristianos (no se menciona, antes del siglo IV, la fabricación de vitrales con vidrios coloreados; tampoco se desarrolló este tipo de construcción durante el Renacimiento, que prefirió los vidrios incoloros).
La calidad de la luz de los vitrales correspondía a los conceptos metafísicos de luz y espiritualidad, desarrollados por los teólogos cristianos (no se menciona, antes del siglo IV, la fabricación de vitrales con vidrios coloreados; tampoco se desarrolló este tipo de construcción durante el Renacimiento, que prefirió los vidrios incoloros).
El aura colorida del vitral fue
elaborada para convertirse en un mediador entre los reinos terrenal y
divino, una manifestación metafórica de la fuerza y el amor
divinos. Asimismo, la estructura de estas catedrales góticas no
parece ser el resultado de meros cálculos arquitectónicos.
Iglesia Notre Dame de Belle Verriere, Chartres, Francia
Según Fulcanelli, autor de “El
misterio de las catedrales” (Madras, 2007), la planificación de
las iglesias medievales forma una cruz extendida en el suelo. En la alquimia, esta cruz es un símbolo del crisol (es decir, el
punto en el que una materia dada pierde sus características
iniciales para ser transmutada en otra completamente diferente).
Simbólicamente, la iglesia tendría entonces el objetivo iniciático
de hacer que el hombre común, al entrar en sus misterios, renaciera
a una nueva forma de existencia, más espiritualizada.
Las artes creadas para los vitrales
fueron pensadas en sólo dos dimensiones. La ilusión de volumen y
perspectiva no fue posible en este caso, porque los dibujos estaban
atravesados por la luz (y no iluminados por la luz ambiental).