El apogeo
de la capital del Imperio Bizantino o Imperio Romano de Oriente,
Bizancio (luego llamada Constantinopla y hoy Estambul) está
relacionado con la oficialización del cristianismo como religión
del Imperio en el año 380, que unió el poder político con el
religioso.
Así, el arte bizantino tenía fines político-religiosos: expresar la autoridad absoluta y sagrada del emperador. Para que el arte logre estos fines, se establecieron una serie de convenciones. Entre las más expresivas estaban la frontalidad y la bidimensionalidad, en las que las figuras adquirían un carácter idealizado e inmaterial, es decir, no estaban incluidas en una situación real. Esta convención se traduce en la postura rígida de estas figuras, que lleva al observador a una actitud solemne de respeto y veneración hacia estas personas, porque ven en los soberanos y en las personalidades sagradas a sus amos y protectores.
Así, el arte bizantino tenía fines político-religiosos: expresar la autoridad absoluta y sagrada del emperador. Para que el arte logre estos fines, se establecieron una serie de convenciones. Entre las más expresivas estaban la frontalidad y la bidimensionalidad, en las que las figuras adquirían un carácter idealizado e inmaterial, es decir, no estaban incluidas en una situación real. Esta convención se traduce en la postura rígida de estas figuras, que lleva al observador a una actitud solemne de respeto y veneración hacia estas personas, porque ven en los soberanos y en las personalidades sagradas a sus amos y protectores.
Se
establecieron otras reglas, como la determinación del lugar en el
que aparecería cada figura en la composición y la indicación del
aspecto de los gestos, las manos, los pies, los pliegues de la ropa y
los símbolos religiosos, siguiendo estrictamente las convenciones
impuestas.
Los artistas tampoco podían usar colores libres, ya que en el arte bizantino tenían, significados simbólicos: el púrpura se limitaba a los mantos de Cristo, María y el Emperador; el oro representaba el cielo y el blanco la resurrección.
Además, las personalidades oficiales se consideraban sagradas y asumían las mismas características que las figuras religiosas cuando eran retratadas.
Los artistas tampoco podían usar colores libres, ya que en el arte bizantino tenían, significados simbólicos: el púrpura se limitaba a los mantos de Cristo, María y el Emperador; el oro representaba el cielo y el blanco la resurrección.
Además, las personalidades oficiales se consideraban sagradas y asumían las mismas características que las figuras religiosas cuando eran retratadas.
En el
mosaico de la Basílica de San Vital, el emperador Justiniano aparece
con una aureola, símbolo característico de las personas sagradas
como Jesucristo, los santos y los apóstoles.
El mosaico consiste en la formación de imágenes a través de la agrupación de pequeñas piezas de color. Para ello, se colocan fragmentos de piezas uno al lado del otro sobre una superficie cubierta con material de fijación como el yeso o masa. Estas piezas de color se disponen según un dibujo previamente determinado. Para terminar el trabajo, la superficie recibe una solución de cal, arena y aceite que llena los espacios vacíos, fijando mejor las piezas.
En
Bizancio, los mosaicos alcanzaron un alto nivel de perfección
técnica. La rigidez de las figuras y la riqueza de este arte
bizantino los
transformó en la forma de expresión artística preferida del
Imperio Romano de Oriente. Así, las paredes y bóvedas de las
basílicas fueron cubiertas con mosaicos de colores intensos y
materiales que reflejan la luz.