Educada en la cultura francesa por sus antecedentes familiares, Mary Cassatt pasó los primeros años de su infancia en París, y luego se volvió a Estados Unidos. Poco antes de la guerra franco-prusiana de 1870
regresó a París, sin duda con la esperanza de aprender a pintar en
condiciones más interesantes que las existentes en la Academia de
Bellas Artes de Pensilvania.
No contenta con estudiar en el Atelier
Chaplin, fue a buscar inspiraciones en los museos de Italia (donde
estudió la obra de Correggio), de España
y de Amberes (donde desarrolló una admiración por Rubens). Fue en
Amberes, unos años más tarde, donde conoció a Degas, quien le
sugirió que expusiera con los impresionistas, y también le dio
orientación y consejos.
Es erróneo concluir de esto que Mary Cassatt fue una alumna o una amante de Degas. A pesar de que Degas,
tenía odio confirmado
hacia las mujeres, cedió un poco hacia ella, y a pesar de que ella
lo admiraba mucho, y de que se puede discernir un cierto parentesco
con Degas en el estilo y la composición de sus primeras obras, Mary Cassatt mantuvo en su mayoría una completa independencia de técnica
e inspiración.
Una influencia más obvia es la de los
artistas japoneses, particularmente en sus dibujos y puntos secos. Su
dibujo preciso y simplificado tiene toda la habilidad y la
impresionante calidad del trabajo de los maestros japoneses.
Mary Cassatt tenía una admirable comprensión de su técnica y de los
efectos que se podían obtener con ella. Las obras que realizó bajo
esa influencia no eran pastiches sino creaciones cuidadosamente
pensadas según una técnica definida, y la mayoría de sus obras son
escenas de maternidad del más tierno afecto. Daba una nueva frescura
a este tema tan trillado de la madre y el niño, despojándolo de
todo artificio y literatura.
Así como los grandes impresionistas
nos muestran paisajes en su iluminación cotidiana, Mary Cassatt
nos muestra a la madre y al niño en toda su sencillez, cuando sus
gestos no están hechos para ser vistos y reproducidos.
Mary Cassatt hizo una contribución muy
personal e importante al cuerpo de la creación impresionista.
La
rehabilitación de los actos de la vida cotidiana, fue una
característica del movimiento impresionista en el que ella se sintió muy a gusto.
Casi todas sus energías en los últimos años de su
vida fueron absorbidas en gran medida por la defensa y la difusión
en los Estados
Unidos de la pintura de sus compañeros Impresionistas. Compró
varios cuadros para ella y su familia y convenció a sus parientes de
que también lo hicieran. La mayor parte de su fina colección se
encuentra ahora en el Museo Metropolitano de Nueva York,